lunes, 2 de mayo de 2011

(21) NO LOS HIJOS, NO LAS HIJAS





21




No los muchos, transparentes, y leves,
o en desgracia,
como arriada montaña en su clamor,
atestiguan y tiempo, en favor de los hijos del supremo.


No los mensajes inalámbricos
dando cuentas del acierto en los espinos.


El ojo incauto pesaroso hundido los clavos,
o el ardor de la inocencia.
Su destreza en urdir arcanos de renovada culpa
y estupor.


Cada día una fresia o un rito de poleo cortado por la lija.
Las soberbias redondeces espinadas de rezos y llegadas.
Sus alados espermas cubriendo la nostalgia.
Las bellas, tenebrosas y tercas, como aromas en huida.


En medio la laguna de sulfuros, la bandera de
hierros,
la cadencia perpetuante de cardos
y temores,
de primos y sortijas como secretos divulgados:


y después     el apaciguante rezo nocturno,

las enervantes después casi dichas     o telas inciertas,

el espejo de insistencias en la quebrazón        después nunca;

nunca el ahora ni el antes, solo eterno.


¿Qué hacen todos sumergidos en la gloria,
certidumbre?
¿Quién promueve la costumbre de pesares?


A él que lo registren       criptas en la sombra universal
el abominable disgusto  o herrerías del cristal + aciago
no es ni su guarda          ni su jeroglífico de pez con uñas
ni el gozo deprimente    o la ortiga salida del espejo.


Y entonces la insistencia:


La flaqueza rencorosa   los tres pararrayos derramados
la marca que distingue
la abominable de última instancia:


Nada ocurre de incierto sin que él no lo sepa.
Y sólo, gozosos estaños, si él lo quiere.


Produjeran lavativas quejumbrosas,
superestructuradas determinaciones, contrito
y persistencia.


Aquella grande tierra de pasiones,
pruebas crudas o cocidas,
recuerden       si él lo quiere
como baraja marcada o putrefacta.


Lo viejo y lo novedoso,
pero él siempre lo quiere sumergido
todo lo que escruta. Lo que ahorra y desparrama.
Ni permanecerá para siempre su espíritu
in corrupto,
su árbol de niños murciélagos por frutos,
ni para siempre en las vetas
la sequía de amores en la orgía que desata.


Nubes secas:
ni una hoja que se mueva.


El encierro en parejas de estañada re-insistencia.
Su descubierta revancha.
Su escasa maestría de artesano aficionado.
Maderos, hamacas de los + entusiastas encierros.
Comejenes tumefactos.


Oh primos

Oh primas


Qué torpes multiplicaciones sobre la tierra estéril.
Oh Soldados de la Patria.


Y otra vez las + ciertamente + cautas y andadas y ocultas.


Las cofradías secretas y culpables.
El honor en la guarda de la hermana,
como lenta espina que atraviesa la conciencia.


Así los super héroes de antaño,
los gigantes de maldad y renombre,
la pena de su enredo,

su estúpida prestancia.




(22) LA SEGUNDA REMOLIENDA




22



Durante 40 ensueños,
durante cuarenta velas, y orgías de noche,
o duerme a saltos en acecho,
durante la tierra y solitaria y rencorosa y en espera.


La estereotipada promiscuidad de lombriz terca o viuda.
Muerta la penuria, ensalzada la queja.
Cuervos y palomas dorados despliegan estandartes.
Aparecieron suspicaces y en primera desgracia.


El flemático beodo después de tanto toc toc en la madera
pudo aparear la certidumbre.


El concupiscente parido y certidumbre.

A punto la barcaza de salmodia y certidumbre.

Siempre la certidumbre. Es Palabra ineludible.


Tanta búsqueda de zarzas inflamables,
odiosos y sesgados,
tanto destino alabado en escorpiones y culebras,

hincharon la panza de las bellas.


Pudrieron la verga ni que altiva y la cimiente
oscura, oscura,                              tanto, tanto.


En sus aleros espirituantes, deleitosos,
halcones rituales en el complot de las avispas.


El tedio en el averno.
Rumores.
Alas de cortejos.
Cálices para perpetuar la sed + exquisita.


Al primer síntoma de aguas celebérrimas
las desplumaron y ojerosos.


Seguros.
Con arcoiris y demases.


Desde aquel tiempo, de renovada esperanza,
preparan la segunda remolienda.


Sólo primas salvaran su deshonra.


(23) EL ARCOIRIS




23



De sangre, el escenario de sueños repuebla,
inmolada y plañidera la rosa espectral,
en primas de cuasi raptos,
de cuando las pieles jubilantes de víboras,
o máscaras inquietas,
de cuando el viento penetra celosías
y el fru fru de los intentos renovados y curtidos
secan y humedecen:


La misma calamitosa manera
de resolver las astucias del supremo.


Los enviados socarrones contemplan
el restablecimiento del orden
putrefactos es deducen
varios fetos bajo la encina que escurre,
una alegoría de esfinge, con hidra o quimera sapiente,


ellas abajo,
en el nivel de las primeras yerbas o azulosas,
con las ansias culposas abiertas a la yedra indagan,
y sonrieron nostálgicos sufrientes
como olvidadizas golondrinas que desertan:


el jardín repuebla los aromas,
la acuosa materia hácese refractaria
o en ciertas pervertidas condiciones
de pavos reales y cisnes mostrencos
más sutiles y bellos.


Lenguas entrañadas solicitan el envío de aquel fuego:
y fuego obtuvieron:


con aire en movimiento,
con lo suave y lo penetrante,
con el angélico viento o rumores y crípticos,


y la prima mayor, poco antes del mediodía,


durante la tardía primavera,
o en los comienzos de un verano suave,
cuando los duraznos en flor
en el patio umbroso, perfuman muslos atrevidos,
cuando la fragancia en el viento,
donde nueve floridos ciruelos en el quinto jardín,
una sencilla ofrenda en el ocaso,
una sencilla ofrenda,
antes que torturar al buey durante la aurora,
y los muslos conocieran arriba y un almendro o
la felicidad reiterada, y verdadera


del matemático arco prometido.