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Para universales
herederos, no siempre,
(salvo avispados
en la costumbre del miedo)
del signo y de
la espada, (también un trapo llamando
a degüello)
ya redundantes
como cizaña seca que en yesca
ardía las almas,
la estigma ante la
sabiduría comenzó inicios
venganzas y
riquezas:
y el Verbo creó
al navegante más sutileza original:
Cuervos ladinos desdeñan
las hojas del olivo.
Vino esperanzado de
orgiástica condena.
Desnudos promovidos
en sapiencia:
Reinician la
costumbre de los signos del oprobio.
Y el ojo
superior por sobre de las nubes
cuando rayos
perturban la visión:
Palomas pirueteras aseguran
el designio
(nadie sospecha la fertilidad de los mitos
hasta cuando ya no son + que estorbo)
Parrandas tentadas reiteran
la caída
(siempre el rito inicia esoterismos verbales:
así las vírgenes sagradas se sustentan)
puesto que la culpa
es la madre
moral
y su herencia
como tropiezos de muslos y de velos:
El niño original
en medio sus
hojas virginales
de un barro
sospechoso de impurezas:
La culpa / la
gran culpa / todo no es más que culpa:
(Pero esto es obsesivo, le gorjean desde
sus óxidos,
por eso que los sueños te hierven de gusanos)
Remordimientos
putrefactos en sospecha
de aquello que
los arde y aterrora.
La mujer
sojuzgada, no sea que comande,
o el mercado de
segunda:
Arrepiéntete
Ramera / fue, de la Sapiencia: la consigna
de los hábitos y
velos.